Buenos Aires: la reina esplendorosa
Como en sus mejores épocas, recibe cada vez más visitantes. La capital argentina encarna, según el autor de esta nota, una suerte de ciudad-país a la que el mundo no puede dejar de mirar.
Cuando André Malraux conoció Buenos Aires (en tiempos de nuestro apogeo) quedó sorprendido por el fasto, la fuerza, la elegancia, la intensidad de Buenos Aires, y dijo:
–Este es una capital de imperio, ¿pero dónde está el imperio?
Desconcierto lógico. Una cabeza muy grande en un cuerpo poco desarrollado. Hasta hace cuatro décadas Buenos Aires sorprendió como una Europa exterior. Una Europa con veinte o treinta años de atraso. Una Europa de deliciosos gestos provincianos.
Ahora, naturalmente, es distinto. Hay piqueteros, cartoneros, asaltantes y asesinos cómodos en su tarea. Pero Buenos Aires sabe que vencerá sus lacras. Lo que es más incierto es la respuesta a Malraux: ¿llegaremos a tener el imperio que corresponde a tamaña metrópolis?
Su calidad de vida y su ritmo cultural se ubican entre las diez ciudades más intensas de nuestro tiempo. Una fascinante aberracion donde el bien y el mal, lo sublime y lo execrable, andan por la misma vereda. Es en esos grandes monstruos (que nunca se terminan de amar o de odiar) donde la experiencia cotidiana de vivir alcanza la mayor posibilidad de variación y profundidad. Atraen porque de algún modo conjugan el opuesto entre nuestra intimidad solitaria y el trabajo de todos. Se vive en ellas porque ofrecen velocidad e intensidad, no paz ni sabiduría.
Buenos Aires empujó al país tradicional. Quebró con él. Impuso una frenética imitación de lo extranjero. Quemó etapas. Creció intelectualmente lejos del resto. Buenos Aires triunfa y se frivoliza frente a un país que la mira como al hijo pródigo. Esta historia corresponde a la Argentina, y a otros países de América donde la modernización se concentró en las capitales.
Lo cierto es que desde Europa, Buenos Aires suena como algo remoto y exótico. Es una especie de Europa preservada, un Shangri-la. Pese a la revolución informática y mediática, todos los días tenemos un viajero que se sorprende por su expresión de calidad de vida civilizada y de poder cultural.
A diferencia de Río de Janeiro con sus asombrosas bahías y de las ciudades "típicas" de América latina, Buenos Aires es casi inefable. ¿Cómo describir sus valores o su atracción a quien no la conoce? Es moderna pero no tiene la espectacularidad de Manhattan. Es sudamericana, pero en clima templado y sin indios o negros, verdadero desengaño para el tic turístico.
Salvo el tango, no tiene contraseña internacional alguna.
No obstante, Argentina y Buenos Aires irrumpen en el universo informativo mundial por vía de la mala noticia política (dictaduras militares por suerte superadas) o por las luminarias y mitos que nuestro atípico país produce con extraña generosidad: Borges, Fangio, Maradona, Gardel, Evita, el doctor Guevara, etc. Muestras de un talento que flota entre lo artístico y lo subversivo a gran escala.
Imaginar a la Argentina sin el delicioso cáncer de Buenos Aires nos llevaría a encontramos con un país amable, bucólicamente latinoamericano, una especie de Ecuador de zonas templadas. Buenos Aires le aportó a la Argentina nada menos que la diferencia. Le quitó la modorra colonial e ibérica. Le inyectó la angustia de Arlt, el malabarismo estético de Borges, la violencia poética de Enrique Molina.
Del mismo modo que Buenos Aires creció como urbe sin país o a contra-país, el porteño conformó su idiosincrasia al margen de la criollidad y del estilo provinciano. Como pertenece a un mundo exiliado de Europa, como se dijo, su sentido de lo bueno y sus exigencias no tienen límite. Vive el primer mundo como algo propio. El porteño huye del tercer mundo como de su realidad latinoamericana (que hoy es la suya).
La universidad nacional gratuita fue un centro de calidad en todas las disciplinas; el hijo del inmigrante se doctoraba. El café de Buenos Aires, el café de cada esquina importante del barrio, fue la universidad paralela o el centro de "extensión universitaria".
Los cines y cafés de la calle Corrientes se transformaron en el nuevo centro cultural. Es la etapa cinematográfica de Artistas Argentinos Asociados con su insólito desafío de cine nacional y latinoamericano.
Pocas ciudades tienen tanto poder de seducción escondido en una presencia desilusionante, de aldeón extendido.
Es un símbolo de fuerza creadora. Símbolo de la ocurrencia y la voluntad de ser de todo un país que supo crecer desde la planicie de nuestros tiempos coloniales y apropiarse de lo mejor de su época.
Hoy veo a Buenos Aires con nostalgia por aquella voluntad de ser. Su aventura es casi la aventura de la modernidad que expira.
Enfrenta un desafío apasionante: ¿podrá resistir su cultura, su encanto y su personalidad el embate del nuevo siglo o en el que arranca desde la quiebra y la desilusión?
¿Sabrá conducir, ser la gran capital, de esta Latinoamérica que debe consolidar su presencia de bloque cultural en el universo peligrosamente globalizado –movido por fuerzas anónimas– que tiende a uniformar todo lo que invade?
¿Nos protegerá como para que sigamos siendo nosotros mismos en el nuevo ciclo? ¿O nos quedaremos en el dolor de ya no ser?
Por Abel Posse (escritor. Ex embajador en la República Checa, Perú, la Unesco y España).
Fuente: LaNación (www.lanacion.com.ar) |