Newsletter  /   Número XLIII - 26/03/2006  
 

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La batalla de un hombre solo

Conocí a Boris Spivacow, uno de los más grandes editores argentinos –si no el más grande de todos–, hacia 1978, mientras yo vivía exiliado en Caracas y él se exponía en Buenos Aires a las arbitrariedades de la dictadura militar, sin preocuparse por las consecuencias. “No tengo miedo –me dijo más de una vez–. No tendría por qué tenerlo. ¿Acaso estoy haciendo algo malo?”

Pocos argentinos discernían entonces con claridad qué estaba bien y qué mal, y a miles de personas les costó la vida esa confusión en la brújula de las certezas. Boris confiaba en sus propios valores y sabía exactamente lo que quería: poner todas las expresiones del conocimiento y de la imaginación al alcance del mayor número de personas. Quería educar e informar.

En esos años de sordera y de estulticia, tales intenciones equivalían a apuntar con un arma de guerra a la cara de los comandantes militares. El éxito de la dictadura se basaba en la ignorancia, en dictámenes autoritarios que nadie osaba discutir. Con una ingenuidad de otro mundo, Boris Spivacow desafiaba al poder todos los días, publicando más de 250 libros al año en su pequeña empresa, el Centro Editor de América Latina.

Lo recuerdo muy bien. Era alto, corpulento, con una inteligencia tan vivaz y alerta que, a la menor distracción en el interlocutor, la inteligencia volaba y había que correr para alcanzarla. Su buen humor era inquebrantable, una incesante declaración de vida. Más de una vez, en Caracas, mientras visitaba a su hija Silvia y a sus dos nietas, llegaban versiones de que iban a matarlo apenas regresara a Buenos Aires. La gente que lo quería le suplicaba que se fuera del país, pero Boris los rechazaba con un ademán compasivo. “No podemos dejar la cultura en las manos equivocadas –decía–. Si no hacemos algo, cuando salgamos de esta pesadilla el país se habrá estancado en la Edad de Piedra.”

En aquellos tiempos enloquecidos, los escritores que vivíamos fuera de la Argentina no entendíamos muy bien cómo Spivacow y otros intelectuales podían pensar y expresarse sin que los destrozara la violencia de las mordazas oficiales. Después de que el régimen desencadenó el apoyo incondicional de muchas inteligencias que parecían independientes durante las semanas en que la Argentina ganó la Copa Mundial de Fútbol, en 1978, terminamos por admitir que las únicas estrategias legítimas para oponerse a la barbarie sin exponer la vida eran callarse la boca o aludir de soslayo a la realidad, como había dictaminado Borges en sus elogios a la censura durante el primer peronismo.

Spivacow no lo creía así y, a fines de 1978, cuando más tinieblas asomaban en el horizonte, dio la única lección de dignidad y resistencia a que se haya arriesgado alguien cuyas espaldas no estaban cubiertas por otro escudo que el de su optimismo.

Acaso esta historia se haya contado alguna vez, pero su hijo Miguel –con el que hablé largamente por teléfono– ha encontrado datos nuevos que la complementan y permiten darla a conocer como si fuera la primera vez.

En vísperas de la Navidad de 1978, la felicidad artificial que había deparado el campeonato mundial de fútbol estaba disipándose. La tasa de inflación anual superaba el 160 por ciento y el producto bruto decaía a paso firme.

Las amenazas fúnebres del general Ibérico Saint-Jean seguían propagando el terror: “Primero vamos a matar a todos los subversivos; después, a sus colaboradores; después, a los simpatizantes; después, a los indiferentes, y por último, a los tímidos”. Spivacow no era un indiferente y mucho menos tímido. Los doscientos cincuenta libros que publicaba eran ya una sentencia.

A eso de las nueve y media de la mañana, el 7 de diciembre de 1978, los depósitos que el Centro Editor alquilaba en Avellaneda fueron allanados y clausurados por inspectores municipales y por el Cuerpo de Caballería de la región. Un mayor retirado del ejército, Héctor Gustavo de la Serna, que actuaba como juez federal en la ciudad de La Plata, ordenó que los libros estuvieran disponibles para un fuego purificador y decidió el arresto de catorce peones, todo bajo la acusación de infringir una ley, la 20.840, que castigaba a los ciudadanos que, “por cualquier medio, intentasen alterar o suprimir el orden institucional y la paz social de la nación”.

Esas frases consentían un delta de interpretaciones, y ninguna de ellas protegía la conciencia de los individuos.

Boris Spivacow no durmió aquella noche. Una lectura rápida de lo que había sucedido en los últimos treinta meses indicaba que el ejército iría a buscarlo de un momento a otro. Su familia y quienes trabajaban con él le perderían el rastro y quizá nadie volvería a verlo. Boris aceptó refugiarse por unas pocas horas en la casa de sus amigos más entrañables, Miriam Polak y David Jacovskys. Como tenía el pasaporte y las visas en orden, a la mañana siguiente podría haber tomado el primer avión hacia Caracas, donde vivía parte de su familia. La menor ráfaga de sensatez le habría señalado que ése era el único camino para seguir con vida. Para Boris, sin embargo, la seguridad y la sensatez estaban siempre un paso atrás que las razones de conciencia.

La imagen de los catorce peones presos lo desveló. Decidió presentarse ante el juez al día siguiente y explicar que él era el único responsable de que aquellos libros insumisos circularan en la Argentina. No necesitaban sino un rehén: él mismo. Como preveía, de todos modos, que le harían preguntas sobre circulación, facturación y almacenes cuya respuesta desconocía, llamó a los encargados de las diversas áreas de la editorial para preguntarles si querían acompañarlo. Todos aceptaron.

Se encontraron a las ocho de la mañana en la esquina de Talcahuano y Viamonte, junto a la parada del colectivo 39. La idea era llegar juntos a Constitución y tomar el tren a La Plata. Entrarían todos en el juzgado antes de las once. Boris llevaba un maletín con una muda de ropa, cepillo de dientes y algunos papeles. Ya que iban a detenerlo, quería estar preparado. Su hijo Miguel, que entonces tenía 24 años y era médico, lo acompañaba. En buena hora, porque a doscientos metros de Constitución ya todos los encargados los habían dejado solos. Miguel se acuerda todavía de las frases, repetidas con idéntico temblor casi en cada una de las paradas: “Boris, lo siento. Hasta acá llegué. Acá me bajo”. Cuando estaban por abordar el tren, Miguel le preguntó: “Papá, ¿no tenés miedo? Todavía estamos a tiempo de volver. Todavía podés irte del país”. “¿Y dejar que los peones se jodan? No, Miguel, para tener valor hay que tener valores”.

Después de tantos años, la osadía de Spivacow parece inverosímil. En el colectivo, vivió una experiencia que evoca la sinfonía 45 de Haydn –llamada Del adiós–, en la que avanza la música mientras cada uno de los instrumentos va desapareciendo y callando en la oscuridad. Lo que siguió –cuenta Miguel ahora– era impensable entonces. Boris entró en el juzgado junto a un abogado de Banfield cuyo nombre ya nadie recuerda, respondió a las preguntas del mayor De la Serna y, para su pasmo, antes del mediodía salió de allí sin mella. También los catorce peones encarcelados quedaron en libertad. Miguel, ya de regreso en Buenos Aires, acompañó a su madre hasta La Plata en un taxi donde los dos enfermaron de incertidumbre y de congoja. Nadie en el juzgado sabía el destino de Boris, y durante horas anduvieron de un lado a otro buscándolo como alucinados, hasta que al fin dieron con él donde menos lo esperaban: en su propia casa, de regreso, indiferente ante la suerte desatinada de aquel día.

Treinta años después del golpe militar que sumió a los argentinos en una forma desconocida de barbarie, la resistencia solitaria de Boris Spivacow es una señal de que aun entonces se podía vivir en la oscuridad sin bajar los brazos. Aun en aquel océano de indignidad, la dignidad del individuo era posible. Sólo hacían falta coraje, voluntad, y fe en que –tal como dijo William Faulkner en su discurso del Premio Nobel– “la inextinguible voz de la condición humana no sólo perdurará: también prevalecerá”.

Por Tomás Eloy Martínez

Fuente: La Nación
Link: http://buscador.lanacion.com.ar/Nota.asp?nota_id=789671&high=batalla

Si esto es fracasar, yo quiero fracasar otra vez

Cada vez que alguien habla de Netscape, se habla de la empresa que falló, que sucumbió, que lo hizo mal, etc.

Sin embargo, y pese a que nadie puede negar que todo eso es cierto, a casi todo el mundo se le escapa otra faceta de Netscape.

Imaginate esto. Una empresa que un buen día lanza un producto que hace que Internet pase de ser un pequeño conglomerado de universidades y centros de investigación, a hacer que aparezcan URLs hasta en latas de comidas para perros. Si hoy hay gente que dice que actualmente existe una revolución en la red, mi opinión es que a esta nueva "revolución" todavía le queda mucho para igualar a la que inició Netscape. Entre otras cosas porque a mi modo de ver, lo que se vive hoy no es una revolución sino una evolución. Solo cambia una letra, pero vaya cambio que implica.

Porque ahora se dice que si la larga cola está tomando una relevancia sobre los medios tradicionales que antes no existía, que si ahora cualquiera puede convertirse en voz, que si la nueva plataforma está en la web y no en el ordenador de cada uno, etc. y todo es muy bonito, no se puede negar, pero aquello que sucedió entre 1994 y 1998 (por poner unas fechas aproximadas) sí fué una autentica revolución, no lo que nos intentan vender hoy.

Bien, todos conocemos esa historia y al principio yo hablaba de una facceta que parece escaparse cuando la gente habla de Nestcape. ¿Cual es? Pues muy sencillo...

¿No te gustaría fundar - o siquiera ser parte de una empresa que:

* Consiguió todo eso que hemos indicado antes en cuanto a iniciar una verdadera revolución.

* Que durante esos 3-5 años de vida iluminada consiguió que el 90% de sus empleados acabasen millonarios o multimillonarios.

* Que consiguió que su valoración en bolsa, con sus evidentes altibajos, acabase multiplicada por no-sé-cuantos.

* Y que concluyese su paseo por la liga de campeones multiplicando su valor en bolsa por 5 en sus últimos 3 meses y vendiendose a AOL por nada menos que 4.2 billones de dólares, y que encima su valor, ya bajo AOL, fuese multiplicado una vez más durante los siguientes meses tras la adquisición , y aumentando, una vez más, la fortuna de aquellos empleados que todavía tenían acciones ejercitables.

¿Es eso sinónimo del fracaso? Como el destino que sufrió la marca, como lo que pudo ser y no supo, sí. Pero como fundación de una empresa a los ojos de un emprendedor o de los mismos empleados, la narrativa no puede ser mejor, y la conclusión de la historia con esa subida de acciones x5 y venta por más millones que muchos sabemos contar, no deja para muchos comentarios. O si no, que se presenten aquellos emprendedores que puedan contar que su empresa ha conseguido esos cuatro puntos que comentaba antes, o siquiera uno solo de ellos.

Fuente: http://bdsv.zoomblog.com/archivo/2006/03/19/si-esto-es-fracasar-yo-quiero-fracasar.html

Breves...

* Microsoft decidió aplazar el lanzamiento de su nuevo sistema operativo, Windows Vista, para enero del 2007 y no para fines del 2006, como estaba previsto. La causa aparente es que la compañía desea dedicar más tiempo al desarrollo del producto final. La versión corporativa, en cambio, respetará la fecha de lanzamiento pautada para noviembre.

* Según Financial Times, el gobierno chino negó una solicitud de Skype para ingresar a ese mercado con productos de telefonía IP. Anteriormente, autoridades del país asiático habían alertado que sería necesaria una licencia para operar ese tipo de comunicaciones en China, pero estas licencias comenzarán a distribuirse en el 2008.

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 Eventos
  • Demostración de Visual Studio 2005 y SQL Server
    Lugar: Universidad del Salvador, Marcelo T. de Alvear 1337
    Fecha: Jueves 30 de marzo del 2006, de 18.30 a 21.30 hs.
    Más información: http://www.clubdeprogramadores.com/
     
  • Desde la idea de un proyecto hasta la puesta en marcha
    Lugar: Universidad del Salvador, Marcelo T. de Alvear 1337
    Fecha: jueves 27 de abril del 2006, de 18.30 a 21.30 hs.
    Más información: http://www.clubdeprogramadores.com/